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Amas a los árboles porque entre sus innumerables virtudes te gusta su sombra. Luego plantas un árbol siempre que puedes, puedes, y te lo permiten. Mi amarga experiencia, no sé si darle cuerda o no, me es tan pesarosa el recordarla, que me pregunto qué es lo bueno que podría aportar a los demás. Esos tristes recuerdos respecto al tema de la replantación, cuando la afrontas por libre, se remontan a aquel año en que a cada uno de mis hijos le dieron una catalpa en la escuela. Son árboles de hojas acorazonadas, grandes como paipáis. El objeto era plantar las catalpas antes de que acabaran secándose en su macetita de plástico. La catalpa no es oriunda de nuestras tierras; Pero debe de ser muy fecunda, fijaos en sus vainas, es una leguminosa y hubo plantones para todos y cada uno de los pequeñuelos del cole. Nuestras catalpas acabaron siendo plantadas furtivamente, una a cada uno de los lados de esos caminos tan poco transitados que unen una aldea con otra, aquí, en algún lugar de est